Comentario
Alejandro volvió a la costa palestina para, desde Tiro, dirigirse al noreste, por Damasco, hacia el Éufrates y, tras cruzar este río así como el Alto Tigris, enfrentarse por fin al Gran Rey en la batalla de Gaugumela, en el año 331, donde se hizo con un magnífico botín, dentro del que nuevamente se halla un número de decenas de miles de prisioneros. El Rey se escapó y Alejandro se dedicó a perseguirlo, al tiempo que ya parece irse fraguando la idea de que va a buscar convertirse en su sucesor, aplicando una vez más la práctica de la tradición regia macedónica, según la cual quien mata al Rey se convierte en Rey.
La victoria, por otra parte, le abre el camino hacia Babilonia, sede mítica de la realeza oriental. Pero Alejandro continúa la marcha en persecución del Gran Rey en el territorio de Persia, hasta Susa y Persépolis, donde devasta el palacio, venganza por la destrucción de Atenas en las guerras médicas, modo de reivindicar la herencia del imperio ateniense, sin prescindir de las nuevas aspiraciones orientalizantes. En la práctica, Alejandro no sólo imita el sistema de control de los territorios propio de los persas, el de las satrapías, con el nombramiento de algunos de sus colaboradores como sátrapas de los territorios conquistados, sino que incluso hace uso de los mismos sátrapas que ya ejercían esas funciones bajo las órdenes del Gran Rey.
Desde allí, Alejandro continúa la persecución hasta Media y se asienta en la ciudad de Ecbatana, pero Darío se sigue escapando hacia el territorio de las llamadas Altas Satrapías. En Ecbatana, Alejandro decide prescindir de las tropas griegas, en las que empezaban a notarse síntomas de descontento. Seguramente, era ya muy difícil conjugar la nueva imagen de la conquista con las expectativas de los habitantes de las ciudades en crisis. El ejército se configura claramente como un contingente de mercenarios alejado del mundo de la ciudad-estado. De este modo acababan las funciones de la Liga de Corinto.